Sol
mediante. El embrujo de la tarde cae
sobre los hombros de Virgilio. El verbo asusta en cuanto el seré-en-sí vuelve la cara; y estar al
vacío lejos de imitar, oculta esa servidumbre derivada cada vez que caer
aparece con su forma angelical.
El
calor de un lugar sin escapatoria, viste el Tiempo donde Virgilio enuncia su
discapacidad, a veces con el estilo aprehensivo de la crítica mordaz, seguida
de punzantes equilibrios de la imagen. Creando el martirio escénico, vaporoso
andamiaje que descansa sobre el verso.
Ahogarse
en tempo alegríssimo, con las dos
manos y una cuerda bajo el mar. El proceso histórico a través de la actualidad incompetente.
Su quietud atrapa niveles y matices del juglar encargado del obituario. Una
transición se pega entre labios y labios que repiten la aguada sensación de los
candiles, donde el fuego, adiestrado animal, baja a la hora del té, con un
bordado fiero, parecido al hierro que bandea por las venas del candil.
Sol
criollo sazonado con ventanas abiertas, sin brisa de tarde; y Virgilio deja sus
dientes sobre el parque. Una broma
colosal es el embrujo, trae telarañas dibujadas sobre ruinas de otra
isla: que jamás se unió, ni separó, del
continente.
Pero
solo una palabra es ese sol de zanjas y calles maltrechas, que se levanta a
pesar de las tormentas. En tanto el verbo retrae y pesa, unta la característica
primitiva al desenlace de un poema. Caer
no es solo una fase que sobrepasar, ni siquiera es el eterno ingrávido, no es
tampoco un sentido fundamental pues
aparece como al descuido en “Un
hombre es así” («Con golpes y audacia /cae
en lo que te pasa, cae y arrástrame»),
y esa sensación de culpa se repite el caer,
lo que intensifica el propósito y deja sin desvíos al espectador —conviene
llamar así a quien se hunda en estas páginas.
Regreso
a “Yo estallo”, donde caer es otro método,
desde la azulada lejanía («Mira cómo se pierde estallando el sol, /mirando caer la dorada nostalgia…») el núcleo no parte desde el acto de caer sino desde lo pasivo,
pone una frontera cristalina, levita por ese minúsculo instante del presente.
En
“El delirante” atraviesa y rasga sutilezas («Aquí, sostenido apenas por el momento lejano»), otro matiz dichoso que
pernocta entre aguas, donde sostenerse
se convierte en lo divino alcanzable,
contraste inseguro, puesto que roza el desequilibrio justificado con el titulo.
En
el poema homónimo a la sección Un
bamboleo frenético se evoca a la caída
como acto superior de todo ser («No hacen falta en esta hora en que caes siempre»), sentencia que acumula el
canto a la belleza; y desde esa violencia palpable el golpe auto-infligido, más
veces se cae («de los pies a la
cabeza», «Audaz», «¡Cataplum! ¡Al hoyo!»).
Volviendo
a la caída de “Un hombre es así” donde el
acto de caer es indispensable, la reiteración silábica creada con la
palabra cara —el infinitivo remedia lo que pudo parecer
pedantería— es un pacto («cara con cara hasta caer en la cara»), y reaparece («siempre, en esta tarde sangrienta,
tiembla y cae») Virgilio que no pudo
despegarse («Golpea y raja»), deja ese sabor vertical del movimiento, bajo un
resumen de fuerzas (todas físicas) se cae.
Hay
que decir que todos los poemas citados están fechados en 1961, lo cual funda
una mística salvaje, una categoría, una extrañeza; también que, son poemas
maniobrables, que rozan a veces la “ineficiencia”, en tanto son para leerse en una voz altísima, casi en
grito, dominio de estar como animal imaginando frente al público, habitando
toda la escena.
El
cuerpo poémico se hace acompañar,
remite a imágenes antes utilizadas y regresa, sobre todo por lo grato de su
aparición, no forzada más bien goteada.
La
imagen del sol se animaliza —“El delirante”— («Como el león la desconfianza se
acerca /pasando junto a la perfección de la hora, /amarrando desvelos que nos
hacen morir de risa»), solo deja la pregunta y no una plataforma donde enmarcar
el chiste de un león acercándose, frontal, intimidante. Objeto solar que sufre la metempsicosis animal, sugiere acercamiento
al cosmos místico («un tigre amarrado /que está loco por soltarse» [“Juegos
infantiles”] y luego «tigre desatado» [“El resultado”]); un alto es esa visión
de dos objetos: animal-cuerda, lo felino y el desamarre, lo sigiloso camuflado
que aparece en la poética de Virgilio con esa desmesura.
Luna
heliotropa. Zona virgen la de complacer.
Grito-cartel colgado en el flanco derecho de un puente de autopista. El
crecimiento de la ciudad junto a los intermedios. Salto del dios Sol que viene
y (Virgilio) no pone pirámides, no calcula bien, no cumple los designios del
manto celeste. El carro que cruza y parte en dos el cielo, tiene dos horarios
para hacerlo, nunca se retrasa, sino cambia, evoluciona; mira al hermano
desvalido y terco, sufriendo la maldición apolínea. Ni los hombres de barro
faltos de fe, ni los hombres de metal, perfectos y edénicos, hicieron que sus
400 discursos (convertidos en
muchachos que entran en la historia para matar al héroe virgiliano) pudieran
cambiar el curso argonáutico, que ata
al fantasma de la
Literatura.
Virgilio
se da lujo vanguardista, uso gutural de la frase, donde gasta una línea que no parece importante, un rito se amplía donde
la tensión crece, y realza la postura lúdica frente al acto súmmum: el acto poético.
Establecer
el puente, caminarlo (Virgilio siendo el puente) y arribar a otra orilla donde lo inasible no despierta
sino se acumula, activa callejones hechos para desaparecer en la ciudad; es
dentro que ese laberinto seco de paredes, que Virgilio fortalece su paso, hunde
lento el pie, y pega la campana de su imagen en esto que es nuestra vida.
Es
esa broma colosal que no tiene miedo
cuando dice: «Con una mano enjoyada voy dispersando la niebla /con otra
–descarnada– destapo ansioso el sepulcro /en que antiguos paladines yacen en su
eterno sueño» (“Una broma colosal”, pág. 184).
En
el clarear de la noche, ¿será opuesto lo posible al imposible repetido, será
que después, al descubrir el ciclo, es el primer paso hacia lo oscuro? Amanece
en las piedras de los huecos afilados, el cuerpo de Virgilio que sufría el silencio
cavernario de la equivocación, tiene el camino labrado que viene de la furnia,
a cada paso, escupe rojo que no se despega hasta después de mucha agua balanceada, en esa humedad clériga, azul
latente contra azul huérfano, se ubica frente a los huecos que traen la vida de
Virgilio. Solo cantar ópera y un poema para su descanso.
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