4. Eternamente
joven en su instante
«Así, /velado, /fúnebre, /descalzo,
/entre la vida y la indecisión» se encuentra lo oculto que traspasa el
velo de Virgilio. El accionar su imagen viene a sacarlo del foco de atención.
Él no está allí, donde requiere que detenga el símbolo. Sale fuera del marco.
No es una figura que tenga manos para responder. Su sonido es el encuentro
entre el hombre y el estanque. Una gota cae, ondas hace para la asimilación de
la eternidad. En el equívoco aguarda lo narrado
de su poesía, sostiene: hay fuerzas confluyendo, se vigilan entre sí, otorgan
solución a una metamorfosis ascendente: «hasta entrarla en laberinto, /donde
nada se pierde ni se encuentra».
La diseminación
o la no-necesidad de enfoque, augura personajes que entran en escena frente a un panorama que
lentamente se convierte en paisaje. «Aparta el pie, disipa el homenaje,
/pues serán tus lamentos humo lejano», y serán parte, también, de todo
cuanto necesite Virgilio para decir: no Soy y es suficiente. El objeto que
refleja retiene el vuelo; y ese retener amenaza con participar.
Otra es su invisibilidad que transforma, se oculta y recarga la diana en otros
artefactos que adquieren no su fuerza, sino algo paralelo; porque anticipa y
no, lo que dice, lo que escribe.
Lo Oscuro devela lo Aforme. En ese
chispazo de luz queda una post-imagen;
el contorno crea aureolas, el haz casi toca el fondo del océano. «Jamás
podrá el gabinete azul entrar en mi espacio», pues no es ya
su espacio, sino un conjunto
empujándolo fuera, de la imagen misma, donde el silencio la única impresión,
pero tardía en el casi-acto.
El acercamiento destroza la atmósfera, «gris
miserable //en lo que se diluye», por tanto se mantiene una distancia
(¿concreta?). Y la iluminación está pendiente de cosas puestas sobre la marcha
de lo que se arriesga, no trata sino de abrir un hueco por donde el margen
capacite las líneas centrales de la calle. Desde aquí, en función de lo
estricto, se mece hacia lo divergente, bifurcado encuentro de lo que se dice y
de lo que no está allí por la soledad aniquiladora.
El viento corre las cortinas, Virgilio
sonríe cuando sabe que está fuera de lo continuo, escalona la visión, lo visto,
para retraer o aminorar la velocidad obtenida de ir hacia delante; no ir
prediciendo, sino estar parado frente a la sorpresa de alguien que lo caza. Y
es un juego de no ver, no huir.
Abre al flashazo una madrugada de botas
militares y resuena los talones contra el zinc, nos ofrece cierto alud sónico
de bestia, encontrándose en los parajes de los versos de Virgilio. Nada vendrá
a ayudar. Piñera tiene la osadía de abrir el primer círculo. Entre esas
sensaciones acumula empatía que frota meridiano de alcoholes. ¿Bajar o subir?
¿Echarse a un lado? Quien venga que no corte su cabeza, que la muestre. A
partir de sus parajes establece la ausencia Virgilio de Piñera con el objetivo
(foco-sujeto) de su poesía, una nube precisa el enigma. El hecho de quedarse
completo, en la ausencia, delimita la variabilidad que pudiera disgregar la
sensación. Pero el punto sensorial crece cuando todo sucede.
El vacío ocupa/abraza la fuga. Aquello
que se mira está presente en el poema: “Yo estallo”, donde exige notar; pero al
mismo tiempo: «No es fácil estallar en plena vida»,
o sea, avistar un estallido, cúmulo de la forma, energía en su estado puro,
reflejo azul gabinete en el océano. Entonces ese ver vuelve a trazar bajo el estado hipnótico la reverencia, puesto
que «no es fácil agarrase la cabeza /y rayar el fósforo del
espanto».
La no-presencia de Virgilio, a veces
aturde, llega hasta el límite, se vuelve íntegra, absoluta a fuerza de golpes,
entrando en el mundo de su deuda con la vida. Obligado fantasma toca aquello de la noche, convertido en
animal irrecuperable.
En el regreso de Virgilio, se tienta a
la antropofagia, como animal que se destaca en la selva no por sus colores,
sino por esa afirmación en tiempo de tormenta, como un gallo. Ya cesa a esta
hora la conversión del alma, ha sido
degustado por su primera sonrisa, bajado por las escaleras al sótano de la
garganta y fluido en resumen coloquial de los jugos intestinales. Después de
perderse en el laberinto, de golpear las curvas, de hacerse finísimo, saca un
dedo por el patio para caer de cara, pedazo de cara pegado a la cara que nació
luego de cerrar los ojos: «Mírame convertido en pirotecnia, /lejos
de mi parte de amianto, /lejos de mis lágrimas incombustibles, /lejos de mis
fuentes, ya perdido, /ni alto, ni bajo, estrecho o ancho, /tan sólo espanto».
Incluso allí, donde es solícito, se
paladea su desaparición, su engaño. El muro completamente hecho de cal, que
está apunto de caer por las hormigas, por los huecos de la patas de las
hormigas, con banderas para el naufragio, para izarlas en la isla a dónde se dirige,
sobre el fuerte hecho de hojas de malanga.
Desde donde: «¡Nadie puede
salir, nadie puede salir! /La vida del embudo y encima la nata de la rabia.
/Nadie puede salir: /El tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo
intacto. /Nadie puede salir: /una uva caleta cae en la frente de la criolla
/que se abanica lánguidamente en una mecedora, /y nadie puede salir termina espantosamente en choque de las /claves».
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