3. Con la cabeza rapada por encima de la cerca
«Tengo para mí como el mejor poema de
Piñera su “Treno por la muerte del príncipe Fuminaro Konoye”, en el que
confunde líricamente al narrador con el teatrista, para obtener un poema
híbrido y de alta expresividad, de francos recursos tomados de las vanguardias
y eficacia de lenguaje entre teatral y lírico».2 Aquí se establece
esa búsqueda de signos traídos de plataformas diferentes, un punto en que la
experimentación no concluye.
El sujeto es desplazado hacia las cosas aparentes, no sufre metamorfosis,
sino que se re-anima a través de una
validez para su Huir de la
Culpa. Situación que persigue a través de todo el texto, como
alterando su propia secularidad vital. La imposibilidad mostrada en “Treno…”,
es la diseminación de “La isla en peso”, es un cristo en “Poema para la
poesía”, es un destello que no se hace distinguible en la voz de su propio
autor. Virgilio destaca el deseo de aclarar los dolores de la isla sucediendo
en personajes que terminan por conceder el intento, y ese hecho consagra su
poesía en posibles soluciones. El grito se da en la acción pura y no en el
nombramiento de la acción.
Pero la llama, fuego que quiebra y
endurece la carne, no fuego fatuo, dibuja los contornos de esa isla que viene a empujarnos a tanta
barbarie. La llama realiza el trabajo dentro del cuerpo; un hombre convertido
en sable no salva personas muertas bajo
la presión de un sable. «Lo nuevo y lo viejo todavía en oposición
figuran un curioso bestiario moderno» –soy valiente al modificar la línea de
Arrufat, cuando habla de lo dual–, se agranda en la distancia temporal, no se huye.
Un amarillo salobre cristaliza esa
fuerza indetenible al encontrarse frente a la muralla sónica. El apático color de Virgilio es la mentira,
el animal alza las manos frente a sus dioses, y comienza el sacrificio pisando
fuerte la sangre vertida sobre el ídolo. En ese deleite de caracteres tropieza directo
e irrevocable.
El tono habla desde el agua, despide
burbujas que yacen en el hueco distraído.
Esa ralentización del sonido aparece como pasión ubicua, pero no ambigua. Nadie
seguirá existiendo fuera. La presión acuática encuentra su opuesto en los ojos.
El valor metálico de la garganta produce aversiones a los días en la forma de
la palabra. Virgilio ríe y no muere, pero no tiene una guerra suicida, padre
militar, cascada, comodidad, principio de ciudad; la cohesión en el ritmo de un
poema es la noticia, estructura sabia en la esotería.
Una sombrilla, no paraguas; un café
subdesarrollado en ciudad emergente, no una estancia cargada de historia; la
eterna calle que nace en el mar, no un río que corta a la ciudad; una esquina,
no el sitio de la muerte; un Quijote sobre su caballo circulado, no un tierno
aposento dónde tocar y sentir; Virgilio quiere que se apaguen todas las luces
para creerse tan solo como el viento.
Sin pies ni cabezas se arrastra sobre
la forma del caimán, con las uñas quiere sentir pero se oculta. El acto de la
gaita le abre la herida, en la sobremesa hubo ese olvido. No hay razón para el silencio. Desde la altura dibuja los
cables y una cuerda ennailada ahorca
a la camisa de fuerza, ese calor de tormenta se quiebra, ofrece desnuda a la
mulata que fue un siglo de su piel plegada por el sol. Y en todo esto viene a
rendir culto el agua.
En la cima, o la terraza, la música
asiente en ritmo jazz que enjuaga. La sombra y el hecho de la sombra, pretenden
la conspiración, aleteados al viento que es Virgilio sobre la ciudad. Esa mano que
corrompe el rumbo espeso de los pétalos «llora al velo de la muerte»5,
y desde el sentido de la vista, bajo el ataúd se empieza a sentir el absurdo.
Como hermosa amante flexible se muestra
el tono de lo grotesco. Lo grande desmesurado erotiza el canto, cuando en las
manos posee él mismo un cañón que riega y pregunta desde la punta de su lengua.
No acercarse al ser homo/erótico de Virgilio, sería negar ese grado de
movimiento que esculpe a cada paso. Casi la vieja intriga enlazándose al
descubrir por una ventana a Virgilio bautizado por la espesa concentración de
su(s) visitante(s). Desde el Éxtasis, donde seguro no cerrará los ojos, su
amante ó sus seis vendrán a ocupar el
sitio de su puerta, viendo como disminuye.
Entre los huecos de la cerca y las cuchillas,
detrás del pequeño hueco que dejó, detrás incluso de la muerte, Virgilio pone
las manos contra la pared.
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